Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto. Y he visto: Que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre... ha inventado todos los cuentos. Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos... y sé todos los cuentos. León Felipe.
Este eslogan —NO MÁS MERCADONAS— responde a una superstición antigua. Los comerciantes están viviendo un proceso de degradación progresiva de sus negocios por razones muy diversas y seguramente muy complejas. En cualquier época histórica se producen cambios sociológicos e económicos que arrastran, inexorablemente, modelos de negocio o dedicaciones profesionales. Porque devienen improductivos o sus titulares son incapaces de adaptarse a un contexto nuevo y marcadamente dinámico. Ha pasado toda la vida, desde el mundo es mundo y forma parte de la evolución de la sociedad y de la economía. En tales circunstancias, cuando la gente está confusa y no encuentra salidas prácticas busca un chivo expiatorio, y en el caso que nos ocupa lo han encontrado en Mercadona. Poco importa que los estudios de mercado contradigan esa atribución, que el sentido común aconseje compartir como mínimo la responsabilidad con otros muchos supermercados, que el inicio del desplome haya que situarlo hace treinta años cuando Mercadona no existía. El razonamiento es sumamente simplista pero efectivo: Se hunde el pequeño comercio y la causa es de Mercadona. Ya tenemos un culpable y podemos ejercer presión sobre la administración para que se sienta obligada a apoyarnos porque de nosotros, del comercio de proximidad, depende el tejido social y el "model de ciutat". Y además somos mucho más efectivos gritando y denigrando. Les damos más miedo. Un chivo expiatorio, eso es Mercadona para ellos.
Esta noticia de hoy mismo, la inminente puesta en marcha del servicio a domicilio de Amazon, con productos frescos, con mucha más razón podría recibir el calificativo de "intrusivo" y demoledor para el comercio local, como lo podrían ser tantos otros servicios ya vigentes. ¿Creéis que saldrá a la palestra el govern de Badalona para prohibir el reparto de Amazon en nuestra ciudad y proteger así el comercio de proximidad alimentario de los barrios de Bufalá y La Morera? ¿Lo harán los comerciantes que tan amenazados se sienten por Mercadona? ¿Cómo defenderán el "model de ciutat" frente al comercio electrónico? Todo es falacia y cuento chino. Pura superstición, un mecanismo emocional propio de la condición humana para exculpar la responsabilidad propia y la propia indolencia a la hora de adaptarse a los tiempos y al dinamismo social. En el medievo se hacían rogativas para combatir la sequía; hoy se recurre al apoyo gubernamental y al espantajo de Mercadona.
Su único botín será (ya ha sido) hacer daño a Badalona Capaç y malgastar en un centro financiado por el ayuntamiento un presupuesto que se necesita para otros menesteres sociales igualmente urgentes. Pero el "model de ciutat", por lo que respecta al comercio, seguirá la lógica y las exigencias del devenir histórico, para bien o para mal.
Por lo que respecta al "petit comerç" y al "model de ciutat", les importa un bledo. Y esto no es un juicio de valor; es una aseveración perfectamente descriptiva de lo que ha venido ocurriendo durante su primer año de mandato: se han instalado un sin fin de nuevos supermercados de tamaño considerable y no han hecho nada para evitarlo; algunos en los mismos barrios que tan beligerantes se muestran contra la Fundació Badalona Capaç, pero también en los demás barrios de la ciudad. El último es el que aparece en la ilustración de esta página, inaugurado la semana pasada.
En realidad utilizan el pretexto de luchar por el "model de ciutat" para enmascarar una feroz pugna política por controlar las turbulentas aguas de la propia coalición, dominada por indivíduos fuertemente ideologizados. Se trata de un sectarismo ciego —¿cuál no lo es?—, incapaz de ponderar valores contrapuestos y estimables. Un sectarismo carente de la flexibilidad que suele impregnar el sentido común. Un sectarismo brutalmente dañado en su capacidad de percibir que la conciliación de intereses no siempre es posible y que existe una jerarquía en los valores que compromete y obliga más allá de los votos y de los principios programáticos.