No hace mucho que envié a un grupo de amigos el enlace a una página de descargas de libros que he ido recopilando en los últimos meses. Muy oportunamente pude leer ayer el contenido del discurso que hizo Federico García Lorca en la inauguración de la biblioteca de su pueblo, Fuentevaqueros Lo replico, parcialmente, en este post. Pero dedicadle antes 2 segundos al cuarteto con el que Quevedo inicaba su poema "Desde la torre":

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Algunas cosas han cambiado desde la Segunda República. La dificultad de nuestros días quizá no sea tanto disponer de libros como de criterio. El camino que va de la información a la sabiduría y que hace escala en el conocimiento, raramente se recorre, porque requiere paciencia, generosidad y criterio. Información tenemos mucha, abrumadora, pero es una hojarasca que obstaculiza el progreso. En la mayor parte de los casos incluso es una trampa mortal que veda el paso al conocimiento, de manera intencional y programada, por parte de quienes controlan el flujo y el contenido de la misma.

El Discurso de F. G. Lorca:

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.