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Categoría: Estampas
En los últimos 40 años, cuánto no habrá cambiado la vida en mi pueblo. Es el período de tiempo que media entre estas capturas y el momento actual. He seleccionado algunas que ejemplifican la dedicación primorosa a todo aquello que había sido, hasta entonces, la fuente básica del sustento. Abandonadas las acequias a su suerte, con la hierba enseñoreándose de las huertas que nadie cuida y las olmas semiderruídas, es otro muy distinto el paisaje que ahora contemplamos, son otros los medios de supervivencia y muy diferentes las fisonomías. No puedo menos que acordarme de Don Edwards y de su desgarradora balada "Coyotes".

estampas 40a"Te contaré una historia antigua,
de cuando el campo era limpio y salvaje,
y nos sentábamos afuera,
bajo las estrellas de la Vía Láctea..."

Mirando esas mismas estrellas he dormido algunas noches de mi infancia, bajo el "granao" de "La Mina", en donde teníamos unos retazos mínimos y discontiguos de tierra. El cielo, mi madre y yo, pendientes del turno de riego que nunca llegaba antes de la madrugada. Aún siento en la piel el frío del amanecer lechoso y la impotencia de mis siete años cuando intentaba cambiar los estajaeros.

Parafraseando al poeta podría decir que mi infancia son recuerdos de la vega de Liétor. Miro las fotos de ayer y miro el paisaje de hoy. Si nuestros padres y nuestros abuelos levantaran la cabeza difícilmente entenderían la transustanciación que en pocos años ha tenido lugar: un espacio noble, que creían eterno, depositario de tantos esfuerzos e ilusiones, profanado por la modernidad y convertido en mero instrumento de ocio.

La canción concluye de manera dramática. Aquel cowboy jamás se adaptará a los nuevos tiempos, le pierde la añoranza. Un buen día fija su vista en algún punto del lejano horizonte y se marcha: "ya no hay lugar para un hombre como yo en este mundo de asfalto y acero".

¿Seguro? ¿Es el aullido de los coyotes lo único que quedará de nuestro pasado? ¿Qué será del paisaje y de nuestra mirada, de aquella manera de ver la vida que tan laboriosamente hemos aprendido de nuestros antecesores letuarios?