MANTECADOS DE ALMENDRA (XXVI)
2 libras de manteca
2 libras de azúcar
1 libra de almendea
8 naranjas
La raspadura de un limón

GHL 26NOTAS: Se deshacían en la boca estos mantecados. O quizá nuestro recuerdo ha quedado adulterado por la ansiedad que generaba tanta escasez como sufríamos en aquellos años. Veo la caligrafía de este escrito y percibo que es de mi madre. Probablemente de su adolescencia o juventud. Es un trazo más decidido que el que utilizaba en las cartas que me enviaba cuando ella mediaba la cuarentena y yo estudiaba fuera del pueblo, en Hellín o Albacete. Se fue haciendo algo más vacilante e inseguro con el tiempo. Es posible que esta receta se la dictase su tía Antonia, o alguna vecina, o se la pasara su padre Severino en el horno de Pozohondo, cuando iba a visitarlo en La Requenense. O quizá se decidiera a escribir lo que ya sabía, previsora, por si algún día la memoria le jugaba una mala pasada. La anticipación de lo que pudiera ocurrir y el lastre oneroso de lo que ya ha ocurrido dejan a veces una huella lacerante y fatal en nuestra mente. A ella le canceló irremediablemente los últimos años de su vida. De haber aguantado algunos más se hubiera percatado de cuánto se estaba transformando el mundo sin contar con ella. Hubiera sido testigo de una transición insólita: del neolítico a la Inteligencia Artificial sin estaciones de paso. Diez años más y hubiera visto a su nieto enfrascado en la programación de las instrucciones que posibilitan el envío de los nuevos satélites espaciales. O a su bisnieto, tableta en mano, elaborando ensimismado complejos algoritmos para determinar a distancia los movimientos de un autómata programable, cuando aún no tiene uso de razón. Cuando yo tenía su edad —la de mi nieto— les ayudaba, a ella y a mi padre a recoger la hoja que se necesitaba para la crianza del gusano de la seda. "Tienes que aprender lo que es la vida", me decían. Y la vida era sueño y era el frío de las madrugadas y el esfuerzo de agacharse o de estirarse para recoger el alimento fresco, de auténticos gourmets, que requerían los gusanos. La vida era puro neolítico. Aún así he tenido ocasión de participar de manera activa en lo que está sucediendo ahora mismo y en lo que sucederá. Aún tengo ocasión de preocuparme por lo que está llegando y de sorprenderme cuando edito aquellas notas, las recetas que pongo a tu alcance. Conservo el recuerdo de los mantecados de almendra, la ternura por el pasado y una cierta esperanza acerca de un futuro incierto. Pero no pierdo de vista que, hasta hace muy poco, aprender a escribir era todo un desafío intelectual; leer un libro, un privilegio fuera del alcance de la inmensa mayoría. Yo lo he vivido.