El ECO número 5 del 65 cierra la reciente experiencia campamental en Mesones y nos prepara para el inicio del curso. El balance no podía haber sido más provechoso.
"El Señor nos ha regalado el tiempo, el lugar, el río, las tormentas... y los seminaristas mayores".
El editorialista se hace vocero implacable de los roles de género al uso: "las mamás tendrán (sic) que preparar el ajuar... los papás, el bolsillo". Una contraposición brutal, que dirían los esnobs.
El mapa no contiene ni un borrón —¿quién puede dudar?— y nos lo recuerda: "Durante el campamento has tenido contacto con tus superiores y con tu padre espiritual. El día del retiro te hizo ver claro lo que Dios te pedía... Ya tienes una ruta. Síguela y llegarás alegre y sin tropiezos al nuevo curso".
La segunda página tiene un valor excepcional, porque al reproducir las referencias de los libros de texto nos está dando pistas sumamente clarificadoras sobre el "currículum" del momento. A mí me correspondía ese año (1965) cursar 1A y tengo marcados con una cruz los libros que seguramente habría de adquirir. Algunos de ellos aún los conservo. El de Gramática Española, por ejemplo, lo tengo expuesto en una vitrina del salón de casa. Reproduce en su portada, el retrato a medio cuerpo de un alumno decimonónico algo adocenado, pero al que algún condiscípulo avieso—yo no, que siempre fui excesivamente comedido en esas cosas— le añadió unos quevedos pintorescos. Para mí es un libro sin parangón, los retazos de poesía clásica con los que ilustraba cada unidad didáctica han permanecido en mi mente durante cada no de los pasados cincuenta años y aún soy capaz de recitarlos en buena parte. No incluía a Neruda, desgraciadamente. Para conocerlo hubimos de esperar al 71, cuando le concedieron el premio Nóbel y, un alumno rubito, envidiablemente agraciado y frágil, lo citó. Una lástima no haber conocido al poeta a mediados de los sesenta y haber tenido que esperar tanto tiempo para leer aquello por lo que, más allá de retiros y direcciones espirituales, hubiéramos vendido gustosamente nuestra alma al diablo (Veinte Poemas de Amor, Poema 1):
"Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava..."
A falta de esos versos, se nos ofrecían otros, no menos estimulantes, para nuestra enfebrecida imaginación (Santa Teresa de Jesús):
"Ya toda me entregué y di,
y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado" .
Eran otros tiempos, nuestros tiempos, nuestros buenos tiempos, ¿verdad?