Vamos, no me digáis que no os levanta el ánimo tararear estas canciones. ¿Os acordáis de aquello de "Jesucristo será nuestro amor / militante de Cristo seré..."?, "Subamos a la montaña / en busca de un ideal...", "Un albañil cayóse / de un quinto piso...", "Con vigor marchemos al compas / con un vibrante paso de montaña...", "Ya la noche el bosque va sumiendo / en tranquina y solemne oscuridad / bajo el manto del oscuro cielo / ven al fuego, scout, a cantar...", "Señor, Jesús, enséñame a ser generoso / a servirte como tu mereces...".
No te cortes, cántalas de nuevo y verás cómo notas un nudo en tu garganta. Corresponden a un extracto breve del "Manual de Campamento" de 1967. Hay que ver cómo contribuían esos himnos a lo que la neurobiología llama el "gregarismo cohesionador". Es imposible dar identidad grupal a un conjunto de personas sin la apoyatura de canciones, enseñas y fantasía culturalista. Lo analiza magistralmente Adolf Tobeña en "La pasión secesionista", un libro centrado en desbrozar los entresijos psicologistas del soberanismo catalán de hoy.
Me he acordado de esa lectura precisamente cuando reflexionaba sobre la súbita emoción que despertaba la consideración de estas letras. Un artificio más que nuestra Santa Madre Iglesia descubrió hace muchos siglos y que ha utilizado a placer para aglutinar lealtad y compromiso de sus fieles.
Yo creo que si, algún día futuro conseguimos concertar un encuentro entre nosotros, el maestro de ceremonias habría de iniciar la liturgia con alguno de esos memorables himnos.