Hace unos días hablábamos de nuestra estancia en Mallorca, la de Ángel Ponce, la de Antonio Pérez Moyano y la mía. Aportamos algunas fotos de ambiente festivo en el día de la despedida. Habíamos acabado sexto y tenía recién cumplidos los dieciséis años. Unos meses después, mediado el curso 71-72, escribí para ECO el relato de aquel verano difícilmente olvidable.

Creo que el escrito transpira la educación que habíamos recibido en los años precedentes y la pugna por aflorar una visión tímidamente transgresora de la realidad que vivíamos entonces. Desde el punto de vista estilístico se aprecia la influencia de las lecturas de entonces: Pío Baroja, Azorín, Ortega y Gasset... Más interesante de lo que dice ese artículo, me parece lo que omite, obligados como estábamos a una suerte de autocensura preventiva.

No se habla del ambiente en las "catacumbas", una especie de celdas situadas debajo de la piscina, en donde convivíamos con el resto del personal subalterno del hotel. Normalmente había literas adosadas a ambas paredes, un ventanuco en el lado que daba a la calle y una puerta de acceso opuesta a esa breve abertura. Los camareros colegas eran de procedencia peninsular diversa. Recuerdo a dos de León, unos auténticos jabatos en el difícil arte de revolcarse inglesitas, dulces y pecosas. Trabajaban a destajo, porque acabada su tarea en las catacumbas bajo la atónita y ávida mirada de nuestros virginales ojos, solían continuar en la suite de algún hotel vecino, satisfaciendo las lúbricas y perennes apetencias de no pocas —decían— talluditas y obsequiosas visitantes foráneas, generalmente solitarias, pero también a veces acompañadas de maridos corpulentos y rubios, liberales y beodos, que aliviaban impúdicamente sus vejigas en plena calle mientras proferían a voz en grito "la porra, la porra, la porra..." y cantaban el porompompero o algún reciente pasodoble de Manolo Escobar.

Naturalmente, los que conocisteis a D. Félix convendréis en que no era cosa de trasladar a los lectores de ECO "escenas turísticas" como las descritas. La pluma de censor insobornable que llegó a ser nuestro amado rector jamás lo hubiera permitido. Mejor curarse en salud y evitar la excomunión. Ahora que una pródiga y dilatada vida nos ha doctorado a casi todos los circunstantes en escabrosidades varias quizá sea llegado el momento de asentarlo en los escritos.

Lamento el estado en que se encuentra el original de mi escrito. Me barrunto que nunca estuvo mucho mejor, porque aquélla máquina con la que mecanografiábamos los ECO sufría de "caries tipográfica" y no llegaba a percutir adecuadamente ni la "a" ni la "e". Los 48 años de abandono sin duda han contribuido a arruinar aún más la deficiente impresión original ciclostilada.

Con toda seguridad, los recuerdos de Ángel Ponce y de Antonio Moyano podrían enriquecer la perspectiva y el dibujo de "aquellos maravillosos años".

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