Os entrego otro ejemplar del ECO. En esta ocasión corresponde al número 4 del curso 1964-65, de 8 de enero.

Me llama la atención la insistencia del editorialista, una vez más, porque evitemos la ociosidad —la madre de todos los vicios, se nos decía—. "Prohibido estar sin hacer nada, sin saber siquiera qué hacer". Era necesario permanecer ocupado, en toda circunstancia, dentro o fuera del seminario. Presumo que en la mente de nuestros probos mentores se agitaba la idea del terrible "pecado solitario" —"¿cuántas veces, hijo mío?, nos interrogaba el confesor—, aquel ingenuo eufemismo con el que se referían a la masturbación adolescente. Los antídotos habituales no eran otros que la ocupación compulsiva y la persistente concentración en la vida espiritual, la consideración de nuestros cuerpos como "templos de Cristo". Como no existía entonces el "data mining" se me hace difícil atisbar el éxito de semejante estrategia y mi propia experiencia carece de valor estadístico a este respecto.

En la misma línea, la referencia a la película "El Globo Rojo" resulta significativa, tanto por lo que supone de redundancia en la misión imposible de que cuidáramos de preservar la propia vocación como por la lectura que el redactor llega a hacer acerca de su sentido moral. Podéis ver la película en este enlace y también su ficha técnica en este otro. Si os tomáis la molestia de visualizar el metraje (34 minutos), observaréis que el globo se malogra por la perversidad insensata de un grupo de niños del barrio y que ello no resulta en la soledad inconsolable del niño protagonista sino que se le ofrece una solución mágica: consigue agarrarse a una nutrida nube de globos que lo convierten en una suerte de viajero aerostático sobre las calles de París. Es decir una solución sublimadora para una vivencia enajenada de la realidad. La conclusión del comentarista es que hemos de confiar a ciegas en nuestros superiores y en nuestros amigos, pero recelar obsesivamente del "mundo" y de las vacaciones.

Una moraleja arriesgada y sumamente comprometedora, a tenor de lo que han resultado ser los últimos 100 años de la historia del clero en el mundo occidental. Visto lo visto, yo preferiría que me hubieran aleccionado acerca de las psicopatologías subclínicas y que me hubieran liberado de prevenciones estériles, de culpas y de quimeras. Será, con toda probabilidad en la próxima reencarnación, amigos.

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