Lo escribí con determinación obsesiva e insomne en una noche amarga. Así han sido todas las noches que me ha tocado velar en el Tanatorio de Elda. Allá no cierran a las nueve, como suele ocurrir en otros sitios. Los familiares permanecen junto al cadáver hasta el amanecer. Es lo que siempre se había hecho en sus pueblos de origen: un gesto definitivo de nuestro sentimiento y de la voluntad, ya vencida, de permanecer a su lado para siempre.
Nuestro agradecimiento a todos por vuestra compañía, pero especialmente a quienes han hecho el esfuerzo de viajar bajo unas condiciones más difíciles de salud: mi tía Milagros, mi tío Francisco, mi tía Carmen, mi tía Llanos ...
Pasó de puntillas por la vida. Como probablemente sea ésta la última ocasión en que nos encontramos con ella, permitidme que revisemos, juntos, 5 fotos del álbum de su vida.
Dice un pasaje memorable de El Principito que lo verdaderamente importante resulta inaccesible a los ojos. Así que os invito a mirar estas imágenes con el corazón.
1) La primera foto es de 1936. Muestra el busto erguido de una muchacha quinceañera, menudita, de tez morena y rasgos muy parecidos a su hermanas Josefeta y Milagros. Parece desenvuelta y esperanzada. De muy niña se había venido a Liétor, desde Pozohondo, para incorporarse a la familia de sus tíos, a los que sirvió hasta su muerte. No hace muchos años me refirió un episodio que le marcaría: la familia escondida en el hueco de la escalera, mientras en la calle se oían disparos y gritos y un grupo de milicianos aporreaba la puerta para requisarles cuanto tenían y les conminaban a no inmiscuirse. De entonces pudiera venirle un temor cerval por lo imprevisto.
2) La segunda foto también es unipersonal y la podemos situar hacia 1950. Mi hermana Francisca, siempre excepcionalmente viva, aparece con las manos entrelazadas y con unas piernecitas raquíticas. Tendría unos cinco años y se come el mundo con la mirada. Fueron años de hierro y de hambre. Sobrevivieron gracias al estraperlo y a jornadas interminables de trabajo en el campo. Me he encontrado a veces, en los últimos años, con una vecina de aquellos tiempos. Su marido murió en el frente o lo fusilaron, no sé. Y ella se vió forzada a emigrar para comer. Siempre me preguntaba, llorosa, por mi madre, rememorando las privaciones de entonces y la bondad de la Delfina que tanto les ayudó a transitar, a ella y a sus hijas, aquellos años terribles.
3) La tercera es una foto colectiva. Es el comienzo de los setenta y estamos en el porche de la casa, en la finca que mis padres cuidaban. Habían venido a Elda un año antes, siguiendo la estela afortunada de su hija mayor. Mi padre está sentado, orgulloso, en el escalón inferior, junto a ella. Nunca se acomodó mi padre, hortelano desde su infancia, a esa condición subalterna; la aceptó como se acepta un desastre natural. De pié mis hermanas y, en el suelo, sus dos nietos. Aparece serena y en plenitud, satisfecha por haber parido unos hijos tan trabajadores y honrados. Confiada de haber encaminado un futuro razonable para unos y otros.
4) La cuarta es la foto de la catástrofe. Han pasado treinta años, hace poco tiempo que fallecieron su hija mayor y su yerno en accidente de tráfico y en seguida su marido. Dicen que nadie se recupera de la muerte de un hijo, mucho menos a esa edad. Comenzó una cierta desorientación y prosiguió luego, de manera inexorable, el daño cerebral y la pérdida de las facultades de comunicación. Aguantó durante años gracias a la dedicación de sus hijas, hasta que se rindió. El destino suele ser implacable con los débiles.
Una de las experiencias más dolorosas la viví hace ya, desgraciadamente, demasiado tiempo, cuando al acercarme a besarla, en alguno de mis periódicos viajes a Valencia, no pudo reconocerme. Fue entonces cuando tomé conciencia de mi orfandad.
5) Retrocedamos en el tiempo para la quinta y última imagen. Estamos al final de los sesenta. No es una foto de ella sino de una de las cartas que me enviaba. Mi madre está inclinada sobre la mesa camilla escribiendo una carta a su hijo estudiante que ahora está en Hellín, mañana en Albacete y pasado en Valencia. Es una caligrafía vacilante pero voluntariosa.
"Querido hijo, deseo que a la llegada de ésta te encuentres bien. Nosotros bien, gracias a Dios. Este año la cosecha de lechugas no ha valido. He ido al médico y me ha mandado unas pastillas, pero valen 3,30 pesetas ..."
Cosas así me contaba. Quiero recordarlo yo y que lo recordéis vosotros.
Mi padre leía reiteradamente un mismo y único libro, sobre las colmenas, que eran su gran pasión, pero apenas escribía. De mi madre en cambio conservo las libretas en donde anotaba las medidas de aceite o las unidades de pan que le quedaban a deber las vecinas, en aquellos años de racionamiento que le tocó vivir. No puedo sino conmoverme cada vez que releo las largas cartas semanales que me escribía e imagino el amor y el coraje de que fue capaz para mantener el contacto con un hijo adolescente y distante.
Estoy seguro, como lo estáis todos vosotros, de que ha sido una persona buena y digna. No supo de grandes ideas, de viajes exóticos ni de realizaciones personales. Su única ambición fue velar por sus hijos, con la máxima dedicación y con el mayor esmero. Todo lo que soy se lo debo a la callada confianza que siempre puso en mí. Parece de un tiempo muy, muy antiguo, pero murió ayer.
Larga paz a tus huesos, madre.
Elda, junio de 2010