Una película que cuestiona la moral puritana imperante. Percibe la existencia incierta de un manantial de ternura, cada vez más a su alcance.
Acabo de ver una película seria. Seria para mí, porque todo es muy relativo. Se llama "El retorno al paraíso" y en unas pocas palabras intentaré esbozar su argumento.
Un americano, ya maduro, llega a una isla de Peloponesia, se enamora de una indígena y tienen una hijita. Si la cosa no pasara de ahí carecería de mayor importancia, pero es el resumen expuesto queda engrosado por lo rollizo y sencillo de algunos acontecimientos. En la isla había un pastor protestante con pretensiones morales, hijo del anterior. Ese hombre, con el evangelio en las manos y las sanas y puritanas costrumbres que eran norma en la sociedad que le dio a luz, arrasó las costrumbres y el ser genuino de aquel hospitalario pueblecito. Nuestro protagonista hace gala de un aire desdeñoso y divertido. Se presenta como hombre de mundo. "No soy pájaro de jaula", dice y desea vivir. En algún momento duda si podrá continuar en el lugar hasta la llegada del barco, algunos meses más tarde y restaura un bote.
El pastor tiene unas gafas redondas y modales extraordinariamente cómicos. Con ello se intenta ridiculizar a la Iglesia y lo absurdo de su moral en determinadas circunstancias. Contra lo establecido, contra el pastor y su oligarquía lucha nuestro héroe y sale vencedor hasta el punto de poder desterrar, en sendas canoas a la "guardia imperial".
Es en esos momentos cuando sale a escena la joven destinada a se madre de la pequeña Tulia. Se enamora del recién llegado y lo cuida en calidad de esposa. Manifiesta una dedicación exclusiva al trabajo doméstico, a cualquier actividad que suponga un servicio o una alegría para su compañero de estera. Hay un momento, junto a la playa, entre palmeras, en que ella le pregunta por la belleza de las mujeres americanas. La esposa muere finalmente en el trance del alumbramiento y él huye en su barco, tan silenciosamente como había llegado.
Pasados unos años, cuando la graciosa y vivaracha Tulia deja la infancia para revestirse de sus formas juveniles, vuelve él instigado por sus actividades de negocios. El encuentro con su hija es original. Nada de abrazos, sentimentalismos o lloriqueos. Cuando se le acerca, se muestra extrañada:
- ¿Eres tú? Vaya, por aquí decían que me habías olvidado, pero ya veo que no. ¿Es verdad que de un soplo puedes derribar los árboles de la playa? Eso he oído. Bueno no eres tan alto como yo creía, aunque tampoco eres bajo..."
Y otras cosas por el estilo. El lenguaje de la niña es como una contínua sonrisa, feliz y espontánea, graciosa ante todo. Eso me ha gustado. Luego viene lo de los aviadores que desmerece mucho del resto.
El asunto "Montano" no lo relato ahora para no tener pesadillas. He terminado con Bermejo la filosofía y esta tarde, para celebrarlo hemos echado una partida de ajedrez que me ha ganado. Evidentemente, no tengo talento para eso.
¡Ah! Anoche tuve un sueño horrible que, cuando disponga de tiempo, una mañana clara, describiré con pormenor.