Doce años tienen. La carita de no haber roto un plato en su vida. Pero un volcán de emociones. Intenta conservar la calma (y una cierta distancia sentimental) mientras le adviertes que es necesario esforzarse, estudiar para aprender y que uno tiene que acomodar sus actitudes y sus actos para facilitar el entendimiento con los otros. Entonces te espetarán:

- Pues yo no voy a cambiar por unos profesores. Que sois sólo personas, que no sois nada. Yo soy como soy y tengo mi propia personalidad. Yo no soy como mi prima, ni como mi hermana. Y además mis padres no tienen por qué castigarme si no apruebo. Faltaría más. Y no te creas que ellos van a hacer como le hicieron con mi amiga, que su madre la dejó sin regalo de Reyes porque suspendió todas las asignaturas. Menos mal que la mía, como la vió tan sola, pues le compró un regalo. Y punto.

Lo ha dicho a voz en grito, en medio de la clase, sin complejos, sin inhibición, sin pudor. ¿Crees que es ése un discurso innato, que está incrustado de modo indeleble en el ADN de esta niña? ¿O quizá lo ha aprendido en la escuela, se lo han enseñado sus eficientes profesores, maestros en el difícil arte del modelado de la mente impúber?

¿No habrá una tercera vía? A ver si la encuentras.